martes, 29 de octubre de 2013

DE PISADAS Y PIEDRAS

Un año después de nuestra primera visita a Querencia, ha llegado el momento de hablar, de narrar, de contar la historia de lo que ya se ha convertido en un vicio, en una relación estrecha de la que nosotros queremos creer que somos una mitad, y la tierra, las paredes, las ventanas, el silencio, los gatos, los habitantes son la otra, mucho más grande y más larga, que está ahí cuando ya no hay nadie, de la que no se duda, pues aunque no veamos caer un árbol o una casa, realmente cae. Querencia se cae, y eso es una forma de vida porque cambia, muda la piel, se mueve cuando nadie la observa; es como construir, pero esperando. Sin prisa para dar cobijo, ya solas, las paredes cuentan su historia y de tanto vivir sueltan lastre, evolucionan para adapatarse al medio quitándose todo aquello que no necesitan y abrazándose a las plantas.



Pero estamos seguros de que no olvidan, porque cuando llegas allí y caminas por sus calles sabes que Querencia está viva y te contagia, y te enseña que estar vivo también es estar callado o hablar despacio. Entonces tienes todo el tiempo del mundo condensado en un instante en el que el propio tiempo ya no importa pues nada ni nadie nos necesita, somos libres de crear un nuevo espacio a partir de la grieta, que se convierte en una boca que habla sobre lo que fue y ya no soporta, pues los pies de sus habitantes ya no ejercen el peso de antaño.


Elegimos Querencia por el nombre, y esa llamada de la semántica topográfica se ha convertido en mucho más que en eso. Querencia tira de nosotros. De vez en cuando notamos que nos agarra del brazo y nos conduce hacia la tierra que un día albergó un río y de la que hoy mana un agua que va a contracorriente, en otra ocasión contaremos esa historia, y así es como nos enganchó Querencia para siempre, pues donde esperábamos encontrar solo ruinas surgió un pueblo que se resiste a ser pueblo, que se resiste a desaparecer... que se resiste. Y nosotros resistimos con ella y cada vez que respiramos su silencio encontramos un motivo más para comprender que no debemos tener miedo al paso del tiempo, pues él también es parte de la historia y creador de espacios lentos con manos de piedra.

Querencia es un territorio fronterizo entre lo que consideramos lugar y lo que sería un no lugar, y eso es lo que la hace convertirse en uno de los espacios más especiales que jamás hayamos visto y oído. Nos hace replantearnos qué es el espacio, qué es lo que nosotros pintamos en él cuando pasamos por allí y cuando nos marchamos. Porque estamos seguros de que Querencia piensa y recuerda a todos aquellos que, como nosotros, la han amado tal y como es, entera o rota, pero siempre hermosa.

María Castrejón


De mujeres y de hombres

La web www.pueblosabandonados.es nos condujo hasta Querencia a través de una mentira. Aunque es una magnífica fuente de información, también necesita cometer ciertos errores para hacerse humana, como decía aquella frase en latín, pues los humanos parecemos tener mayor empatía con todo aquello que comparte alguna de nuestras características. Esto también ocurre en Querencia, pues posee atributos que nosotros, los humanos, manejamos a la perfección. No está abandonada, pero a veces está sola aunque muchos parecen amarla. No hay nada más humano.

Esperábamos encontrar ruinas, calles desiertas y algunas miradas de curiosos como nosotros; sin embargo, Querencia tenía voz, y esta voz era la de sus habitantes, o pobladores, o como queramos llamar a las gentes que aún hoy caminan por ella y que la recuerdan en pie. Ellos nos han contado quién es Querencia. 

Los testimonios que vienen a continuación son el fruto de un trabajo que ya dura un año y que se basa en la perseverancia. Ya teníamos ganas de abrir la boca y de que Querencia tomara la palabra, pues tiene voces que la aman, la recuerdan, la reproducen, la restauran y la pisan. 

La primera persona con la tuvimos el enorme placer de hablar se llama Alejandro y nació en Querencia hace unas ocho décadas. Su historia es hermosa e inquietante, pues esa es la forma que él tiene de contarla, porque Alejandro es un narrador excelente. Despacio, con la paciencia de quien nunca ha tenido prisa por llegar a ningún sitio, utilizando a la perfección la pausa, nos introduce en el relato de su vida. Con sus ojos azules perdidos en el horizonte del tiempo nos recuerda que “yo no me fui, me echaron”. Y aquel que lo escucha espera el drama de una expulsión, y es lo que encuentra: “Además de mis dos chicas había otra más...¿tú crees que va a haber maestra el año que viene?...Antes de que tuvieran que ir al colegio a Sienes o a la Riba...o ir internas, me voy yo.” Ese final abierto concluye que Querencia ya estaba empezando a quedarse sola, y esa soledad fue haciéndose cada vez más grande y más forzosa, pero Alejandro no abandonó nunca a su pueblo. Cada vez que nos recuerda fragmentos del pasado vuelve a poner una casa en pie, y Querencia sonríe.

Alejandro vive actualmente en Sigüenza, pero casi a diario visita la tierra que lo vio nacer y de la que ahora él es la garganta y los ojos. 

Juan es el alcalde pedaneo de Querencia y aunque no nació en una de sus casas de piedra la ha hecho suya a fuerza de vivirla y de ser, durante mucho tiempo, el único representante en el padrón. Los balidos de sus ovejas son ahora la banda sonora de un pueblo que pasa gran parte del día en silencio, un silencio lleno de vida, de los que hay que pararse a escuchar y que enganchan. Juan comparte el día a día con ellas, con los gatos y con la tierra. Es pesimista con el futuro de la zona, pero mientras tanto ya ha conseguido que lleven farolas al pueblo. Ahora solo falta que las enciendan, “las velas del funeral” las llama Alejandro. De nuevo el pasado y el futuro se entrelazan y no dejan dormir del todo a un pueblo que se resiste a caer. Juan es su vigía, su acompañante.

La última vez que visitamos Querencia tuvimos la fortuna de conocer a Carmen. Fue una coincidencia que ese día viajáramos a Guadalajara. Nos llamó la mañana de sol. Fue como un impulso. Y al llegar a allí vimos varios coches en la plaza y nos dimos de bruces con un reencuentro: Carmen y su pueblo; Carmen y la casa que la vio nacer, pegada a la de Alejandro, quien asegura haber oído sus llantos de recién nacida; Carmen y sus antiguos vecinos; Carmen y el pasado de Carmen. Parece desolada y feliz al mismo tiempo. Un imán consigue que se alce sobre la montaña de rocas que se ha precipitado delante de la puerta de su casa, y ríe al recordar el miedo que pasaban las niñas cuando contaban de noche historias de lobos. Parece triste al mirar el río que ya no pasa por el pueblo, pero el sonido que oía mientras dormía se ha quedado con ella, y ahora también nosotros podemos escucharlo.

Carmen vive en Madrid desde que cumplió 17 años, pero no olvida Querencia, que describe como un lugar feliz, sin lugar a dudas.

Nieves pertenece a la siguiente generación, es el símbolo de que tampoco ellos la dejarán sola. Insiste en que Querencia no se trata de un pueblo abandonado, incluso ha duplicado el número de habitantes empadronándose allí. Su casa aún está en pie. Tiene puertas y ventanas, ella y su hermano entran y salen del edificio, algo que se convierte en un ritual extraño y conmovedor en un pueblo donde los quicios son líneas o desperfectos. También nos da su perspectiva del pueblo, más realista y crítica, pero igual de amante.

Ellos son la voz hoy. Nosotros tomamos la palabra contando con ellos. Junto a sus testimonios quedarán los nuestros para reciclar un espacio que no nos necesita, pero del que nos hemos hecho dependientes, como los son sus escasos habitantes.

Obtenido de querencia-reciclandoelespacio.blogspot.com

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